30 minutos

Y como de costumbre a eso de las 19.30 de la tarde ese hombre compró el diario y se sentó en el tercer banco de la plaza. Allí con sumaba tranquilidad fumaba un único puro mientras esperaba treinta minutos, luego se volvía por el mismo camino que lo había traído repitiendo religiosamente la acción cada día desde los últimos seis meses. Más de una vez el dueño del puesto que le vendía la versión vespertina del periódico se había tentando de preguntarle el por qué repetía semejante ritual cada día, al principio no se había atrevido argumentando el poco trato que tenía con él, sin embargo con el pasar del tiempo él mismo temía romper el hábito del hombre.

Yo compartía la misma curiosidad que el diariero aunque mi participación en su rutina no tenía participación activa, más bien era un espectador pasivo el cual miraba día tras día el mismo acto.

Ajeno a todos mis pensamientos él llegó a kiosco de diarios, el ejemplar vespertino lo esperaba ya en las manos del vendedor. Un intercambio de palabras de compromiso se trasladó de mano en mano junto con el diario. Ahí empezó su camino hasta el banco que, como si estuviera allí sólo para su uso exclusivo, permanecía vació. Mientras, con movimientos torpes ya que contaba con el periódico en sus manos, buscaba de su bolsillo el puro que fumaría.    

Apenas había aparecido por el final de la calle supe que ese día era el día que lo enfrentaría, los pelos de mi piel se pusieron rígidos. Me descubrí a mi misma bastante nervioso, sintiéndome como si fuera un niño contando los días previos a su cumpleaños. No era para menos, ese día dejaba de ser un espectador para convertirme en el actor de esa función.

Y finalmente llegó al asiento, acomodó el diario a su costado, no lo leería hasta emprender su retirada, y empezó a fumar. Su miraba paseaba por lo que tenía al frente, ya fuera unas palomas comer los panes que la gente tiraba o un par de hombres que aprovechaban el aire libre para ejercitarse. Todo era movimiento frente a él, él era lo único que permanecía ahí.

En ese momento fue que me di cuenta lo distintos que éramos los dos, él se sentaba cada día en ese lugar observando lo que allí pasaba, todo era dinámico y diferente, un día era una mujer paseando a su perro, otro día era un par de niños volviendo de la escuela y otro era a una pareja caminando melosamente. Yo en cambio iba cada día a observarlo a él quien cada día hacía exactamente lo mismo, si algo tenía en claro con seguridad que ese día a las 19.30 estaría observando al hombre fumar hasta que a las 20 se levantaría y se iría a quién sabe donde, hasta ahora no me había puesto a pensar el lugar a donde iría en mi mente sólo cabía la incógnita de que llevaba a un hombre hacer esa acción rutinaria todos los días.  

En su actuar no había rastros de haber descubierto de mis intenciones de acercarme a su posición, más bien seguía en su mundo efectuando esa misión de la cual yo tenía tanta curiosidad. ¿Cómo no sentir curiosidad sobre el porque de su accionar?, era imposible no hacerlo. ¿Sabría acaso que su actitud me llevaba tanto la atención?, ¿estaría siquiera percatado de que yo lo observaba cada día?.

Después de quitarme mi nerviosismo me levanté de mi asiento y di mis primeros pasos a su posición. Sin embargo me detuve a medio camino, su mirada se había fijado en una melosa pareja que había pasado por delante de él. No tardaron en pasar y alejarse en su vista, obligándolo a buscar algo más para observar.

Cuanto retome mi marcha mi mente siguió maquinando, todo lo que pasaba frente a él era lo que llamaba su atención, ¿Cuántas historias habría recolectado en su ya incontables 30 minutos de cada día?, ¿reuniría cada pequeño fragmento que recogía creando una historia de lo que allí pasaba?. Lo que si podía asegurar es que había una historia que el mismo desconocía, o más bien que no prestaba atención. Él era el pegamento que unía a cada uno de los relatos que había ido juntado, su función era esa. Su habilidad era la de hacer que la vuelta a casa de unos niños después del colegio estuviera relacionada con el andar de dos adolescentes que juegan a ser adultos. Hasta mi historia, la de observar como el unía cada una de las historias, era pare de la crónica de sus 30 minutos diarios en esa plaza.

Y en ese momento me di cuenta de lo parecidos que éramos los dos, ambos estábamos ahí vislumbrando una historia y lo que yo al principio había tomado como algo rutinario o repetitivo ahora lo pensaba como algo novedoso. Yo no iba cada día de los últimos seis meses a ver a la misma persona sentarse a fumar, yo me acercaba para poder vislumbrar, mediante sus ojos cientos de historias que allí pasaban. Y quien al principio había catalogado como el actor principal de la misma obra que observaba diariamente ahora se descubría en mi mente como un espectador más, que se diferenciaba en mí solamente como se diferencian una persona que ve el espectáculo en la cuarta fila con otra que lo ve en la primera.

Fue entonces que mis nervios desaparecieron así como mis ganas de acercarme a hablar con él, ya no existía la curiosidad del porque de su rutinario accionar, ¿cómo preguntaría algo así si yo mismo no podía explicarme a mi mismo el porque de “mí” rutinario accionar?. Al fin y al cabo a pesar de las diferencias que hasta hoy había pensado que teníamos me había dado cuenta que estas no existían para nada y aunque supiera que si yo me hubiera acercado a hablar una nueva historia se hubiera creado no me atrevía yo a obligarlo a convertirlo a él, en un actor de la obra que tanto disfrutaba observaba. Por eso, como todos los días al terminar mi habano, tomaba mi diario y me volvía por el mismo camino, sabiendo que mañana a las 19.30 volvería a la misma plaza, compraría el ejemplar del diario y me sentaría en el tercer banco de allí.

¿al final comenzo a imitar al hombre o resulto ser el hombre del habano el que realmente narraba?

lo quise dejar abierto pero internamente yo lo escribí con la intención de que el que narraba terminaba siendo el mismo hombre que había creado a ese mismo narrador para poder ver su historia también y que no quede afuera de su "recopilación" de historias