El novio en el pastel

Fue una noche luego del trabajo que mis amigos y yo nos habíamos reunido en la casa de Gustavo. La razón era sencilla: se acercaba el cumpleaños de nuestra amiga Claudia y queríamos planear un algo con que sorprenderla. Sin embargo, y como en todas las cosas, había un problema; su novio, Omar, no era de nuestro agrado y nos rehusábamos a pasar todo un día a su lado por lo que de alguna manera teníamos que evitar que se presentará.

Entonces llego a mí la gran idea de no solo celebrar la el cumpleaños de Claudia sino también gastarle una broma al pesado de su novio. Propuse, y a los chicos les pareció divertido, “invitarlo” a nuestra fiesta sorpresa. La idea que le contaríamos era que le haríamos una fiesta a Claudia con uno de esos pasteles gigantes y huecos, que se usan generalmente en las despedidas de solteros, solo que esta vez en lugar de salir una stripper, sería él quien aparecería tras decirle que posiblemente no podría pasar el día de su cumpleaños con ella por alguna razón inventada que no viene al caso.

Tras investigar un poco y revisar los presupuestos, descubriendo que si cooperábamos entre todos podríamos hacerlo, llamamos a Omar y le contamos nuestro presunto plan para sorprender a su novia. Aunque al principio tuvo sus reservas termino aceptando, ilusionado por ver la cara de Claudia cuando le viera salir del pastel.

“Pobre tonto confiado” pensé de él, pues en verdad no sabía lo que le esperaba.

Los días pasaron y los planes continuaron. Sí, “planes” en general, pues a la par de la broma a Omar también llevábamos a acabo nuestra genuina idea para celebrar el cumpleaños de nuestra amiga. Habíamos quedado de vernos con ella en el distrito centro donde le compraríamos un regalo entre todos y después la llevaríamos a comer. Aunque lo que sabía Omar era que del centro la llevaríamos a mi casa donde sería la fiesta sorpresa.

Cuando el día de su cumpleaños llegó y nos reunimos con ella felicitándola, nos comentó que Omar no seguramente no podría acompañarnos por su trabajo, aunque le había asegurado que conocía nuestro plan y que trataría de alcanzarnos. En ese momento hicimos un gran esfuerzo por no reírnos en su cara, lo cual sin duda le hubiera avisado que algo tramábamos.

Tras ese pequeño encuentro y la compra de un presente cuya relevancia no viene mucho a cuento, nos dirigimos a nuestro restaurante tradicional, aquel que frecuentábamos en nuestras reuniones desde el bachillerato. Pero como no quiero aburrirlos con comentarios de como estuvo la comida, extraños hábitos en la mesa, conversaciones nostálgicas y chistes locales que seguramente no entenderían. Regresaré en el tiempo y os contaré sobre Omar.

Antes de vernos con Claudia en el distrito centro Allan y yo acompañamos a Omar a donde se suponía que construirían el pastel hueco y gigante. Tras asegurarnos de que todo estaba correcto él se desentendió un poco, lo cual aprovechamos para hablar con el hombre que se encargaría de llevarlo a la hora indicada. Tras mencionarle lo que realmente pretendíamos y desde luego, incentivarlo, le convencimos de que cambiara el protocolo y le llevará ya dentro del pastel a otra dirección. El repartidor acepto con una sonrisa en la cara que revelaba no creer que formaría parte de ello. Fue así que dejamos a Omar en la pastelería, con la creencia que en unas horas sería llevado a una fiesta sorpresa en mi casa, cuando en realidad le llevarían a un lugar muy diferente.

El día del cumpleaños paso sin más sorpresas ni incidentes (al menos para Claudia), luego de la comida y una buena caminata por la feria nos retiramos cada quien a nuestras casas. Y como Omar le había dicho que probablemente no se presentara a ella no le extraño su ausencia, por lo que al final fue para nosotros un día agradable y disfrutado con excelente compañía, pues más que amigos somos una familia.

Pero, ¿Qué paso con Omar? Se preguntarán. La suerte de nuestro no muy querido amigo fue publicada en el telediario, como la detención de un loco bromista que se envió a sí mismo a un convento dentro de un pastel. Si, ya se podrán imaginar la cara de las inocentes monjas cuando de la gigantesca tarta apareció un hombre bailando y gritando “Feliz cumpleaños”. No sé si hable por todos, quizás podría hacerlo, pero al menos yo no pude contener la risa cuando vi la noticia. Reí tanto como no lo había hecho en años, incluso lloré.  

Al final nos apiadamos y pagamos su fianza. Claudia nos riño por hacer tan pesada broma, y desde entonces Omar nos odia. Pero al final de cuentas, todo queda en el recuerdo como una buena anécdota, una que difícilmente olvidaremos.