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El oso verdoso
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El oso verdoso
Este es un pequeño cuento a modo de fábula para niños (de ahí el cómo comienza), he tomado en cuenta los comentarios que me fueron dados con anterioridad y le hice algunas modificaciones (más que nada en la primera mitad). Así y todo no quise agregar diálogos.
Eso va siendo todo, espero haya sido de su agrado y lo hayan encontrado entretenido. Ya saben que toda crítica es muy bien recibida.
Saludos!
El oso verdoso
Había una vez un oso muy particular, su pelaje lucía unas inigualables tonalidades verdes que lo diferenciaban irremediablemente del resto de sus semejantes. Oso verdoso, pastoso, oso vegetal y muchos otros apodos le eran atribuidos cada día por su tribu, la cual lo despreciaba por el simple hecho de haber nacido bajo una franja distinta del arcoíris. Cada vez que un nuevo nombre se asomara desde la boca de uno de sus compañeros para azotarle malignamente, él bajaría la cabeza y se limitaría a esbozar una débil y triste sonrisa ante el temor de ser expulsado y quedarse solo si hiciera lo contrario o respondiera algo en retorno a dichas ofensas.
Bruscamente era echado cada día a comer al bosque, porque no querían compartir la hora del almuerzo con él ya que alegaban que tal color tan distinto les haría caer mal la comida. Así, uno de esos tantos días buscando su propio alimento, decidió adentrarse entre los árboles y arbustos mucho más profundo de lo jamás se había atrevido por miedo a extraviarse. La vegetación a su alrededor era cada vez más espesa, pero ese día no le importó nada de ello, eligió seguir caminando y observar los cada vez más altos árboles que se erguían firmes y decididos a sus costados.
Luego de algunas horas se detuvo a descansar sobre una roca cubierta de musgo, la cual se hallaba bajo la sombra eterna de los fuertes robles que crecían rodeándola. Cerró sus ojos un momento y se dispuso a escuchar el cantar de los pájaros distantes en la tarde y la bella canción de cuna que las hojas en cada rama cantaban con la ayuda del viento que las movía. Pronto notó un sonido mezclado con tan melodiosa pieza. No era para nada discorde, pero llamaba particularmente su atención. Determinado a encontrar aquel cántico natural que acompañaba a la bella interpretación de los árboles que tanto le había cautivado, se dejó llevar por sus oídos hasta el origen del mismo.
Se topó con un brillante arroyo iluminado por un rayo de luz anaranjada que se escurría por un pequeño hueco que el tupido follaje había permitido existir. Así como si supiera que la belleza de aquel santuario podría alcanzar su máximo esplendor gracias a él. Y así era. El oso verdoso quedó cautivado por el fresco aroma que del agua brotaba y el hermoso sonar de la corriente entre las pocas piedras que sobresalían de su superficie, chisporroteando en alma como lo haría la mejor de las fogatas.
Súbitamente brincó, exuberante, una palometa de rosado bermellón que le dedicó una sonrisa. El oso quedó boquiabierto con la mirada perdida en el fluir de aquellas aguas eternas, arropándolo en un sueño de idóneas realidades que le permitieran asomarse a la alegría de vivir con aceptación. Más no volvió a ver al peculiar animalillo acuático por mucho que esperó.
Triste y derrotado regresó a su aldea para el anochecer. Tan solo para encontrarse con que las puertas le habían sido cerradas por los despreciables compañeros que le desgraciaban con malicia. Resignado al saber que nadie abriría la entrada para él, se dispuso a trepar por unas rocas cercanas con el afán de ingresar a su hogar, pero en el transcurso de su emprendimiento oyó a lo lejos, como si hubiera quedado conectado con el remoto lugar, un llamado de auxilio que provenía desde lo profundo del bosque. Alarmado por tal lamento acudió tan pronto como le fue posible. Corrió sin importarle las piedras que pisara, las ramas que se atravesaran en su camino o los peligros que cruzara. Llegó mucho más pronto de lo que se creía capaz. Y allí se encontró, una vez más, con su preciada palometa que había sido apresada por las fortuitas garras de la suerte que había atentado con arrojar una rama cercana sobre el curso del agua para capturar al rosado animal.
Sin siquiera un dejo de vacilación, el oso verdoso quitó la dichosa y mal intencionada rama para liberar a la pececilla que le agradeció cortésmente y le entregó, en signo de amistad, una bonita piedra que alguna vez hubo tomado del fondo de un gran lago cuando era pequeña. Así, fascinado por el fantástico brillo que la piedra obsequiada despedía y despidiéndose de la agradable palometa con una sincera sonrisa, regresó a su aldea y trepó por la roca como lo había intentado momentos atrás.
Al día siguiente una osa de la tribu lo vio portando el dichoso objeto y muy interesada por el mismo se le acercó con le perverso afán de arrebatársela alegando amistad y unión.
El oso verdoso muy ingenuo se la entregó con la frágil esperanza de encontrar aquella aceptación que tanto anhelaba. Pero en lugar de acallar los sufridos gritos que de su corazón bramaban, la osa lo miró de costado y echo una risotada tan aguda como burlona, empujando al oso en un charco cercano y marchándose luciendo la bonita piedra.
De ese modo fue que el oso entendió que no importaba que tan oso fuera en realidad, su lugar de pertenencia no se encontraba en una tribu donde seres semejantes en apariencia lo despreciaran, intentando encajar y dejándose pisotear. Sino más bien con aquellos que lo aceptaban y querían como era. Así, armándose de valor y llenándose de toda la determinación que le había faltado a lo largo de la vida que él mismo había pensado desgraciada, afrontó la puerta principal de su aldea y miró a los demás osos a los ojos. Todos quedaron quietos e inmóviles en su propia incertidumbre de perder aquella parte que les permitía sentirse superiores en su inmundicia. Querían detenerlo, si, pero el hecho de necesitar a aquel oso del que tanto se habían burlado los hacía sentir miserables y los ponía cara a cara con la realidad de lo que en verdad eran.
El oso verdoso caminó derecho y atravesó la puerta. Al hacerlo sintió los rayos del sol calentarle el pelaje, el cual brilló en un tono dorado sorprendiendo a todos los demás, quienes, deslumbrados, no pudieron siquiera dar un paso adelante. Era libre al fin, y sabía lo que debía hacer. Se adentró en el bosque y nunca regresó a mirar atrás.
Así el oso se dedicó a vivir el resto de sus días cuidando de las palometas y estando en compañía de su verdadera familia, donde no importaba la raza ni el color, tan solo el amor.
Bruscamente era echado cada día a comer al bosque, porque no querían compartir la hora del almuerzo con él ya que alegaban que tal color tan distinto les haría caer mal la comida. Así, uno de esos tantos días buscando su propio alimento, decidió adentrarse entre los árboles y arbustos mucho más profundo de lo jamás se había atrevido por miedo a extraviarse. La vegetación a su alrededor era cada vez más espesa, pero ese día no le importó nada de ello, eligió seguir caminando y observar los cada vez más altos árboles que se erguían firmes y decididos a sus costados.
Luego de algunas horas se detuvo a descansar sobre una roca cubierta de musgo, la cual se hallaba bajo la sombra eterna de los fuertes robles que crecían rodeándola. Cerró sus ojos un momento y se dispuso a escuchar el cantar de los pájaros distantes en la tarde y la bella canción de cuna que las hojas en cada rama cantaban con la ayuda del viento que las movía. Pronto notó un sonido mezclado con tan melodiosa pieza. No era para nada discorde, pero llamaba particularmente su atención. Determinado a encontrar aquel cántico natural que acompañaba a la bella interpretación de los árboles que tanto le había cautivado, se dejó llevar por sus oídos hasta el origen del mismo.
Se topó con un brillante arroyo iluminado por un rayo de luz anaranjada que se escurría por un pequeño hueco que el tupido follaje había permitido existir. Así como si supiera que la belleza de aquel santuario podría alcanzar su máximo esplendor gracias a él. Y así era. El oso verdoso quedó cautivado por el fresco aroma que del agua brotaba y el hermoso sonar de la corriente entre las pocas piedras que sobresalían de su superficie, chisporroteando en alma como lo haría la mejor de las fogatas.
Súbitamente brincó, exuberante, una palometa de rosado bermellón que le dedicó una sonrisa. El oso quedó boquiabierto con la mirada perdida en el fluir de aquellas aguas eternas, arropándolo en un sueño de idóneas realidades que le permitieran asomarse a la alegría de vivir con aceptación. Más no volvió a ver al peculiar animalillo acuático por mucho que esperó.
Triste y derrotado regresó a su aldea para el anochecer. Tan solo para encontrarse con que las puertas le habían sido cerradas por los despreciables compañeros que le desgraciaban con malicia. Resignado al saber que nadie abriría la entrada para él, se dispuso a trepar por unas rocas cercanas con el afán de ingresar a su hogar, pero en el transcurso de su emprendimiento oyó a lo lejos, como si hubiera quedado conectado con el remoto lugar, un llamado de auxilio que provenía desde lo profundo del bosque. Alarmado por tal lamento acudió tan pronto como le fue posible. Corrió sin importarle las piedras que pisara, las ramas que se atravesaran en su camino o los peligros que cruzara. Llegó mucho más pronto de lo que se creía capaz. Y allí se encontró, una vez más, con su preciada palometa que había sido apresada por las fortuitas garras de la suerte que había atentado con arrojar una rama cercana sobre el curso del agua para capturar al rosado animal.
Sin siquiera un dejo de vacilación, el oso verdoso quitó la dichosa y mal intencionada rama para liberar a la pececilla que le agradeció cortésmente y le entregó, en signo de amistad, una bonita piedra que alguna vez hubo tomado del fondo de un gran lago cuando era pequeña. Así, fascinado por el fantástico brillo que la piedra obsequiada despedía y despidiéndose de la agradable palometa con una sincera sonrisa, regresó a su aldea y trepó por la roca como lo había intentado momentos atrás.
Al día siguiente una osa de la tribu lo vio portando el dichoso objeto y muy interesada por el mismo se le acercó con le perverso afán de arrebatársela alegando amistad y unión.
El oso verdoso muy ingenuo se la entregó con la frágil esperanza de encontrar aquella aceptación que tanto anhelaba. Pero en lugar de acallar los sufridos gritos que de su corazón bramaban, la osa lo miró de costado y echo una risotada tan aguda como burlona, empujando al oso en un charco cercano y marchándose luciendo la bonita piedra.
De ese modo fue que el oso entendió que no importaba que tan oso fuera en realidad, su lugar de pertenencia no se encontraba en una tribu donde seres semejantes en apariencia lo despreciaran, intentando encajar y dejándose pisotear. Sino más bien con aquellos que lo aceptaban y querían como era. Así, armándose de valor y llenándose de toda la determinación que le había faltado a lo largo de la vida que él mismo había pensado desgraciada, afrontó la puerta principal de su aldea y miró a los demás osos a los ojos. Todos quedaron quietos e inmóviles en su propia incertidumbre de perder aquella parte que les permitía sentirse superiores en su inmundicia. Querían detenerlo, si, pero el hecho de necesitar a aquel oso del que tanto se habían burlado los hacía sentir miserables y los ponía cara a cara con la realidad de lo que en verdad eran.
El oso verdoso caminó derecho y atravesó la puerta. Al hacerlo sintió los rayos del sol calentarle el pelaje, el cual brilló en un tono dorado sorprendiendo a todos los demás, quienes, deslumbrados, no pudieron siquiera dar un paso adelante. Era libre al fin, y sabía lo que debía hacer. Se adentró en el bosque y nunca regresó a mirar atrás.
Así el oso se dedicó a vivir el resto de sus días cuidando de las palometas y estando en compañía de su verdadera familia, donde no importaba la raza ni el color, tan solo el amor.
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Eso va siendo todo, espero haya sido de su agrado y lo hayan encontrado entretenido. Ya saben que toda crítica es muy bien recibida.
Saludos!
Última edición por MaNtoSastO el Dom Dic 02, 2012 6:59 am, editado 2 veces
Re: El oso verdoso
Es una excelentemente fabula Manto, me ha gustado mas con los arreglos que le haz hecho, hay muy pocas cosas que tengo que decir, pues me como ya dije me a parecido excelente solo siento que en esta parte:
Hay demasiados "que", quizás algo como:
"Se topó con un brillante arroyo iluminado por un rayo de luz anaranjada que se escurría por un hueco en el tupido follaje."
Hubiera quedado un poquito mejor, aunque claro, esa es solo mi opinión.
Hasta luego.
Se topó con un brillante arroyo que era iluminado por un rayo de luz anaranjada que se escurría por un hueco que el tupido follaje había permitido existir.
Hay demasiados "que", quizás algo como:
"Se topó con un brillante arroyo iluminado por un rayo de luz anaranjada que se escurría por un hueco en el tupido follaje."
Hubiera quedado un poquito mejor, aunque claro, esa es solo mi opinión.
Hasta luego.
Re: El oso verdoso
Tienes razón con los ques, he quitado el primero, pero no puedo hacer lo mismo con el tercero sin eliminar el hecho de que el follaje fuera quien permitiera a ese hueco existir. Al menos no se me ocurre una buena forma por el momento.
Re: El oso verdoso
Linda historia Manto, parece más dedicada para los niños de lo que había acostumbrado a leer de ti, pero eso no le saca lo bonito. Es ligera y deja enseñanza así que estoy casi seguro, corregime si no es así, que está hecho para un público más infantil que lo usual en vos, ¿o me equivoco?
Saludos: Izanagi
Saludos: Izanagi
Izanagi- Escudero de palabras
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