El Desafio del Pegaso

Oscuridad, frio, silencio. Por un prolongado instante creí que me desvanecía, entonces abrí mis ojos y lo comprendí. Volábamos. Surcábamos el cielo tan grácil, veloz y majestuosamente como un par de estrellas fugaces. El mundo que se extendía inerme bajo nuestros cascos era otro. Estaba hecho completamente de nubes en bruto, sin trabajar ni moldear. Las observé por un momento, y sonreí al convencerme de que aquellas formas maravillosas eran naturales, completamente salvajes en su perfección.
Una belleza contenida en el azar, la coincidencia y la irrepetibilidad de su naturaleza. Pero yo no estaba solo, y ni aun la visión cautivadora de los cúmulos gigantes de nube blanca me hizo olvidarme de mi acompañante.

Era rápida, la más veloz de todas, y sin embargo, en aquel distante rincón del cielo, yo observaba cada uno de su ágiles movimientos casi en cámara lenta. Al mirarla, quedé pasmado. Hipnotizado por el leve ondear de su crin al aire. Y es que en los rápidos giros y piruetas que mi compañera ejecutaba en aquella altura incomprensible, aquella cabellera hermosa, parecía perder materia. Parecía que flotaba etérea en el viento oscuro de la noche, tan solo para brillar, como descomponiéndose en ondas luminosas.

Si entonces lo dudaba, no puedo negar que fue ahí que me enamoré. En aquel segundo, mi mente vacía de pensamientos me permitió escuchar a mi corazón, que latía al ritmo batiente de sus hermosas alas de color azul. Me susurraba su nombre, como implorándome ir tras ella y jamás alejarme, jamás dejarla ir.

Como siempre su mirada se elevó y en sus ojos pudo ver la vista más bella del mundo. Él era diferente a los suyos, no amaba galopar por las interminables hectáreas de tierra que se postraban ante él. No podía entender como podían conformarse con la tierra, si por encima suyo tenían un terreno interminable, del cual no había final visible.

Nuevamente su manada se movió, pero él permanecía estático, esta vez más enfocado en las nubes que flotaban por allí. ¿Cómo podría conformarse con los lagos, si por encima de él había un arroyo blanco, puro e indomable?

Ya había quedado solo, cuando se levantó. Ya en su espalda estaban las alas que su amor había creado. Ya pronto cabalgaría, donde nunca nadie se había siquiera parado.

La tierra ya no era nada. Cuando los otros miraban al cielo, este ya estaba dominado.