Sacrificio.

Los susurros del ocaso se extendían a su alrededor, el viento le alborotaba el cabello, le helaba la piel. Sus pasos se volvían a cada instante más vacilantes, más temerosos, y brillantes ojos aparecían por doquier allí donde posase su mirada; tembló, presa del pánico, mas logró contener su ganas de huir, de salir corriendo de aquella senda y adentrarse en lo profundo del bosque, en lo desconocido, en aquello que ningún ser mortal debía pisar de querer vivir.

- Caminarás por el bosque en este mar de sombras difusas, surcarás el terror y el olvido con cada paso, jamás regresarás al calor de tus hermanos – voces, voces hablando al unísono a su alrededor, haciéndola temblar, haciéndola atemorizarse aún más.

Sus piernas se doblaron, sus manos detuvieron la caída, y un débil gemido escapó de su garganta, logrando que todo callase. Que los árboles cesasen sus perezosos movimientos, y las voces susurrantes decidieran guardarse para sí sus escalofriantes augurios. Los ojos se le llenaron de lágrimas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso no había quedado ya bastante claro que todo lo que hicieran sería inútil? ¿Acaso no habían desistido ya todos en salvar aquella vida?

- ¿Por qué tenía que ser él? ¿Por qué no yo…? – preguntas rotas pronunciadas por sus temblorosos labios, era la primera vez que alguien se atrevía a decirlo en voz alta, mas todos en el pueblo lo habían pensado alguna vez, ella lo sabía, lo había visto en las fieras miradas que le dedicaban.

¿Por qué tenía que ser Hilâl el sacrificio a los Dioses? ¿Por qué no ella? La pequeña débil que de nada servía, la rara cuyas predicciones espantaban incluso a los sacerdotes y sacerdotisas.

Miró sus manos, estaban sucias por la tierra y llenas de sangrantes raspones, las cerró. Se alzó del suelo, y sin molestarse siquiera en limpiarse siguió caminando, se abrió camino entre la cada vez más espesa maleza, entre la cada vez más salvaje naturaleza. Hasta que sus pasos se perdieron, hasta que el sol salió en lo alto, y a lo lejos, en el lugar que la había visto nacer:

Un muchacho abrió sus negros ojos, se alzó de su lecho; vivió.