Instinto

Te quedaste en silencio, rememorando de vez en cuando como su voz se deslizaba imperceptiblemente por tu oído.

Sonreíste al recordarlo.

Siempre te había gustado su forma de hablar. También su forma de dirigirse a ti con ese tono amistoso, confidente, que hacía que le correspondieses de la misma manera.

Era un sencillo instinto. Un instinto que te invitó a sumergirte en diversas aventuras. En risas. En confidencias. En sensaciones que se te antojaban ajenas, distantes.

Echabas de menos todo aquello. La echabas de menos a ella en sí. En todos los aspectos.

La querías.

Claro que sí.

Tanto que creías que en cualquier momento perderías la cordura.

Pero lo que más añorabas eran las risas, los secretos compartidos. La camaradería que solamente lograbas a mostrar con ella.

Solamente a su lado.

Porque solamente ella lo merecía.

Y sin embargo, te dejaste llevar por el orgullo. Por ese maldito orgullo.

Y te arrepentías.

Eras una chica de dieciséis años que extrañaba a la que era su mejor amiga, a la que era su confidente, la que era su compañera en malos momentos. La extrañabas tanto que, a veces, deseabas acercarte a ella y pedirle perdón.

Pero no podías.

Maldito instinto.