Luces y sombras

Tembló.

Todo su cuerpo se estremeció bajo la penumbra de la oscuridad.

Quería escapar, y no volver a sentir ese dolor que se apoderaba de su corazón. De su pequeño e insignificante corazón.

Johanna cerró los párpados, apretándolos con todas sus fuerzas. Se abrazó a sí misma con tanto ímpetu que creía que en cualquier momento sería descubierta.

Y eso era lo que exactamente no quería.

Lo único que deseaba en ese maldito instante era que todo ese mundo de dolor, de miedo, de inquietud, desapareciese. Que se volatizase para dar paso a la paz. A la tranquilidad. A un poco de luz entre tantas sombras negras.

Y algo le hizo no percatarse de nada.

Cuando sus ojos volvieron a quedar al descubierto, el brillo era distinto. Ya nada era igual. Todo lo que había conocido como propio había dejado paso a esa nueva forma de vida. A una forma ajena al dolor.

Suspiró, tragando saliva. Su mandíbula se tensó. Sus rasgos perfilados se endurecieron por un segundo. Y después, llegó la calma.

Era su escondite perfecto. Un escondite del que tardaría en salir.

Emma sonrió de manera imperceptible. Un gesto sumamente suavizado.

Solamente se trataba de luces y sombras.