El que dejó escapar al ladrón.

Decir que su compañero se encontraba en apuros era poca cosa. Luego de haber sobrevivido de forma milagrosa a la caída, Artáx se encontraba atrapado entre las rocas del acantilado con una pierna rota. El cielo se oscurecía cada vez más y el viento corría con más fuerza, de la misma forma en la que las olas golpeaban con violencia las rocas entre las que se encontraba Artáx.

Tesulín sabía que la tormenta arribaría de un momento a otro elevando con su llegada la marea que terminaría por ahogar a su entrañable amigo. Sin embargo, aunque la decisión de ayudarlo parecía ser fácil, no lo era. Ambos habían sido enviados en persecución de un ladrón que, dejando a sus cómplices atrás, había escapado de la bóveda real llevando consigo algunas cuantas joyas, por lo que rescatarle significaría tener que dejar ir al ladrón.

Su mirada se torno confusa, una cruenta batalla entre el deber y la lealtad comenzó a librarse en su mente. Dio un paso dispuesto a continuar la persecución más el lejano recuerdo de su infancia junto a Artáx le detuvo. El nunca lo había abandonado. No lo hizo cuando el viejo Mangrill lo sorprendió robando su cosecha, ni cuando los brabucones de la callejuela se mentían con él, ni siquiera cuando accidentalmente quemó el refugio aquella noche de invierno. Incluso aún cuando fue reclutado por la guardia no le dejo solo.

Un espontaneo pensamiento paso por la mente de Tesulín, obligándole a preguntarse en que sería diferente él al el ladrón si abandonaba a su amigo. Después de todo aquel maleante había abandonado a los suyos por escapar, ¿Acaso el no estaría al mismo nivel si dejaba a su amigo en aquel lugar?

Un rayo ilumino el cielo y la lluvia comenzó a caer, la delgada silueta del ladrón aun se encontraba dentro de su alcance, no obstante Tesulín ya había tomado una decisión, pues a sabiendas de que quizás algún día se le llamaría el guardia que había dejado escapar al ladrón, él prefería eso a que se le conociera como el guardia que abandono a su mejor amigo.