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No me digas adios
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No me digas adios
Este es un relato que no voy a dejar por mucho tiempo ya que tengo planes para él. Aun así me gustaría recibir opiniones por lo que lo dejare unas semanas... quizás hasta nuevo año.
- No me digas adios:
Todos tenemos nuestras fobias. La mayoría de ellas obtenidas a causa de accidentes, eventos trágicos que marcan la vida y la hieren de forma tan profunda que a pesar del paso del tiempo dejan una huella en nosotros que nunca podremos olvidar su recuerdo, y mucho menos dejar atrás las escalofriantes, desesperantes e inmensas emociones que gobernaron nuestras almas en esos instantes. Y aun a pesar del andar de los años aquella herida parezca cicatrizar, esta nunca sanara del todo, pues tan frágil y lento es el proceso de sanación que la más leve referencia hacia aquel desafortunado evento abre de nuevo la herida.
En mi vida he conocido personas que han vivido este tipo de experiencias las cuales terminaron convertidas en trauma y fobias que ahora les persiguen por el resto de sus vidas.
No mencionare sus nombres, más si diré que uno de ellos, cuando niño y durante una caminata en el campo, di un paso en falso que termino con su pie en profundo hoyo, el cual resultó ser un nido de arañas, las cuales treparon por su pie paseándose por todo su cuerpo. Dicho evento, como podrán imaginar lo llevo a contraer una imponente aracnofobía. Su trauma con tan peludo animalejo es tan fuerte que con solo ver un espécimen de ellos se paraliza y siente recorrer por su cuerpo nuevamente las patas de todas esas criaturas que estuvieron encima de él.
Otro de mis seres queridos, y de los más cercanos a mí. Sufrió en algún momento de su adolescencia una experiencia de lo más aterradora. Como es bien sabido los ascensores no fallan sin razón alguna y en este caso no fue la excepción.
Ocurrió en un día en el que parecía de lo más normal, pero en el que de un momento a otro todo cambio.
Ella se encontraba en el centro comercial, cargada de compras por lo que opto por tomar el ascensor para su mayor comodidad. Pero que cruel resulto ser el destino con ella que a los pocos segundos de que el elevador comenzara su descenso se registró tal temblor que sumió a toda la ciudad en el caos y el temor. El sismo de 6.3 en la escala de Richter había derribado un par de edificios y algunas nuevas construcciones, el centro comercial no fue uno de ellos más si fue uno de los muchos afectados que se quedaron sin energía eléctrica. Dicha falta de poder provocó que el sistema de seguridad del ascensor actuara, deteniéndose justo en medio de dos pisos, quedando atrapada en el sin oportunidad de escapar por sus propios medios.
La planta de emergencia del centro comercial no fue de mucha utilidad. Nunca antes había sido utilizada, por lo que fue fácil olvidarse de ella y de su mantenimiento correspondiente, lo cual termino por hacer que esta fallaran en cuanto se puso en marcha.
Ante lo sucedido, no le quedó más opción a mi querida amiga que esperar a ser rescatada. Lo cual tomo su tiempo, pues la prioridad de los equipos de rescate se encontraba con las víctimas de los derrumbes. Pasaron poco más de doce horas antes de que ella fuera exitosamente rescatada. Sin embargo, fueron doce horas de desconcierto e incertidumbre; una angustia que lentamente fue apoderándose de ella y en las que el temor de ser olvidada se hizo latente y se enfundo en su piel haciéndola segregar un miedo atroz por cada uno de sus poros, sumado a ello la estrecha proximidad de las paredes de aquel pequeño ascensor que con el paso de las horas le parecían acercarse más y más. No tardo en notar (o creer notar) que la presión que las paredes ejercían en ella aumentaba y el aire se volvía cada vez más escaso, tanto así que llego al punto de la histeria y grito con todas sus fuerzas, golpeó las paredes desesperada y lloro hasta caer rendida. Cuando la rescataron – según me dijo- lo primero que hizo tras zafarse del rescatista fue correr agitada por el lobby del lugar disfrutando de toda la libertad que este le daba.
He de admitir, que este par de ejemplos que os mencione han tenido como finalidad el tomar un poco de seguridad en mí mismo, pues de que quien realmente quiero hablar es de mi persona.
Como dije al inicio todos tenemos nuestras fobias, traumas personales que nos llenan de un especial terror y dolor. Y yo no soy nadie como para que en mi exista alguna excepción.
Siempre he querido que en las palabras exista un poder inconsciente que justamente llega y trabaja con nuestro subconsciente.
Palabras como “Por favor”, “podrías” “Te importaría”, “si no es molestia” que predisponen a las personas a actuar como nosotros queremos, o “Gracias” y “Que amable”, muestras de gratitud que no hacen más que minar la resistencia a futuras peticiones. También podría hacer mención de las palabras de consuelo, que buscan sanar heridas y traer paz a una conciencia afligida; palabras con buenos deseos como “Bendito seas” que confieren protección o su opuesto, palabras malditas cargadas de un ponzoñoso veneno que buscan causar algún mal. Pero de entre todas ellas, hay una en especial a la que he llegado a temer, pues el poder que en ella reside es tal atrae las separaciones y evoca a que las cosas llegan a su fin de una manera espeluznantemente definitiva. Tal como ella me lo demostró.
Fue a finales del año pasado cuando la conocí, por capricho o casualidad del destino que hizo que el cielo cayera a pedazos y nos colocó a ambos debajo del toldo que cubría la entrada de la librería de segunda mano ya cerrada.
Eran cerca de las diez de la noche cuando ello ocurrió. Ambos estábamos empapados, aunque me atreveré a decir que yo un poco más que ella. Llevaba un abrigo de lana y una boina a juego, pantalones vaqueros y unas zapatillas de aspecto casual, al principio no pareció percatarse de mi presencia, concentrándose en sacudir el agua de su sombrero, dejándome ver el rubio cabello lizo y empapado al igual que su rostro de grandes pómulos.
Un ligero estornudo de mi parte la hizo sobresaltarse y girar asustada hacia mí. Ella me contemplo insegura, no podía esperar menos dado mi aspecto: Alto y empapado hasta los huesos, vestido de negro con una chaqueta de motero.
-Lo siento- Me apresure a decir- No era mi intención asustarte.
Mi voz pareció tranquilizarla y por un memento me olvide del diluvio, pues la expresión que dibujo su rostro me lleno de calma.
-Pues aun asi lo has hecho- Dijo en tono acusador con un movimiento de sus labios que simulaba una sonrisa pícara y divertida. Yo no supe que decir ante ello. –Vaya tormenta, ¿No crees?- Agregó, probablemente al ver mi expresión atónita.
-Sí.- Respondí sin pensar bien lo que iba a decir a continuación- Es una tumba carretas.
-¿Tumba carretas? ¿Acaso vienes del campo?
-No. – Negué nervioso agitando las manos frente a mí – No, este… lo que yo quería decir era… eeh- Balbucee y ella rió- Es una expresión que hace tiempo leí – trate de explicarme- Lo que quiero decir es que sí, es una gran tormenta. Una muy bella- Concluí y pose mi mirada en la lluvia.
-¿Por qué piensas que es bella?
-Solo obsérvala, tanto poder, tanta fuerza, es un recordatorio de los pequeños que somos ante la naturaleza. –Contesté.
Noté por el rabillo del ojo como ella giraba la mirada y la posaba en la calle, contemplando la lluvia.
-Sí, tienes razón- Concedió ella- Es bella.
A partir de ese momento comenzamos a platicar de una forma más amena. Su nombre era Julieta, pero le gustaba que la llamaran “Jully”. Tenía un par de años menos que yo y estudiaba el penúltimo grado de su escuela. Se había quedado tarde terminando una tarea en casa de una amiga y se dirigía a la estación del metro cuando la lluvia le sorprendió.
Continuamos nuestra charla bajo aquel toldo hasta que un taxista se detuvo frente a nosotros y se ofreció a llevarnos pese a lo empapados que estábamos.
Abrí la puerta del coche y permití a ella subir antes que yo, dado que ambos nos dirigíamos a la estación del metro no tuvimos inconveniente en compartirlo.
El recorrido no duro mucho, fuero apenas cinco minutos del mas incomodo de los silencios que hasta entonces habíamos vivido, lo cual cambio al llegar a la estación, pues al bajar del taxi, (de cuya cuenta he de admitir que yo me hice cargo en un iluso intento por quedar bien) la conversación se reanudo casi al instante descubriendo de esa forma que tomaríamos direcciones diferentes, yo iría hacia el norte a solo tres estaciones de ahí, mientras que ella se dirigiría al sudeste, viajando a través de cinco estaciones antes de llegar a su destino. Nos despedimos no sin intercambiar números de teléfono y correos con la disposición de seguir en contacto.
Durante el siguiente par de días no supe nada de ella, no había podido llamarla ni enviarle ningún correo. No fue hasta media semana que pude enviarle una invitación a formar parte de mis contactos en Facebook. No obstante tuvieron que pasar un par de días más antes de que ella la aceptara y pudiera habar nuevamente con ella.
Nuestras charlas por internet eran de lo más casual que se podrían pensar, nos conocíamos tan poco que hablar de asuntos personales era, cuanto mínimo, incomodo. Más siempre encontraba algún tipo de tema de opinión del cual podríamos hablar. Sin embargo en la mayoría de las ocasiones nuestras conversaciones iniciaban contando lo poco que hicimos en el día. Quejándonos de lo hijo puta que son unos maestros.
Durante ese último par de meses, antes de que terminara el año nuestra relación se limitó a la red. No nos habíamos vuelto a ver pese a lo mucho que me hubiera gustado, más los compromisos familiares propios de esas fechas nos impedían concretar un día para vernos.
No obstante con nuestras pláticas fueron volviéndonos cada vez más cercanos. Había aprendido que aquella chica de sonrisa pícara y extrovertida adoraba bailar y el cine de horror, no era buena en la cocina, pero disfrutaba de la comida. Por su lado ella se enteró de mi gusto por los autos y la mezcla de sonidos, pero que sin embargo nunca me he considerado a mis mismo un DJ.
Fue, a lo largo de esos dos meses en los que descubrí lo mucho que me gustaba.
Para cuando entro el año nuevo y las fiestas de la época ya habían terminado, regresando el mundo a su status quo, aquel en el que la rutina de levantarse ir a la escuela o el trabajo, regresar a casa, hacer pendientes e irse a dormir a la cama imperaba; ambos al fin pudimos tener algo espacio en nuestros horarios que nos permitió reunirnos.
Nuestro nuevo encuentro se dio en una tarde de Marzo en la cual ninguno de los dos tenía mucho que hacer. Nos reunimos en la estación del metro cercana al lugar donde nos conocimos y de ahí nos encaminamos al parque estatal. No ahondare mucho en los detalles de nuestra cita, pues al parecer esta nunca lo fue. Aquel día quedaron un par de cosas claras para mí: Ella no me veía más que como un amigo y no estaba dispuesta darme la oportunidad de ser algo más que eso.
Pesé a ser consciente de eso y dada mi naturaleza obstinada decidí no rendirme respecto a ella. Quizás en este momento yo no le gustaba, pero eso podría cambiar, tan solo tendría que hacer que se fijara en mí y gustarle. O en otras palabras, tendría que conquistarla.
Nuevamente durante el segundo par de meses no volvimos a encontrarnos, por lo que nuestras conversaciones volvieron a ser a la distancia y mediante aparatos electrónicos como la computadora o el celular. Dentro de ese periodo hice todo cuanto se me ocurrió para ganarme su afecto. Le compuse una mezcla con sus canciones favoritas, le envié mensajes de voz recitando poemas de un viejo libro que había encontrado. Incluso me atreví a enviarle uno. Este último se lo envié en una carta por correo tradicional, detalle que creí que le sorprendería en buena manera, y le haría plantearse la posibilidad de darme una oportunidad, que era lo único que le pedía.
Hubo un tiempo, pasado ese par de meses en los que creí que los vientos soplaban a
mi favor. Nuestras conversaciones se tornaban cada vez más regulares, pero sobre todo, ella en ningún momento había demostrado desagrado por las cosas que le hacía, por lo que jamás pensé que todos esos detalles le habían incomodado. Lo cual fue justo lo que descubrí a mediados de Mayo.
Un día me propuso vernos. Su sola invitación fue para mí motivo de exaltación y de júbilo, creía que mi insistencia por fin había dado resultado y que la oportunidad que tanto buscaba.
No podría haber estado más equivocado.
Es curioso como a veces se pueden percibir sensaciones incomodas o que advierten que algo malo esta por ocurrir. Es más curioso todavía como los seres humanos, a diferencia del resto de las criaturas que conforma en el reino animal, tendemos a ignorarlas. He visto (por documentales en tv.) como cuando un antílope se siente acechado por un peligro que no ve entra en una especie de modo de alerta y desconfía de todo a su alrededor al tiempo que se prepara para una posible huida. El ser humano es distinto, cuando siente en el ambiente que hay algo extraño lo ignora y continua con su camino confiando en que son imaginaciones suyas y que tal peligro no existe. No sé a qué se deba esta tan diferente forma de reaccionar, puede ser que se trate de una consecuencia evolutiva o que simplemente nos hemos vuelto demasiado idiotas como para no prestarle atención.
Eso le paso a mi amigo, mientras caminaba entre el campo antes de meter el pie en ese nido de arañas; y a mi amiga justo tuvo ese mal presentimiento antes de subir al ascensor. Y desde luego yo lo tuve, justo en el instante en que la vi sentada en una de las bancas de la estación.
-“No está bien, algo no está bien”- Me repetía una y otra voz la voz de ese primitivo sentido que de inútilmente enviaba escalofríos por mi espina tratando de que le prestara atención.
Más como lo dicta mi humana condición la ignore por completo, creyendo ciegamente que tendría la oportunidad que tanto anhelaba.
Cuando me acerque a ella y sus ojos castaños se cruzaron con los míos vi en ellos una fría determinación y un dolor que por unos segundos me congelo el alma, para después arrogarla a la realidad desde la vana fantasía en la que se hallaba sumida. Jully se paró frente a mí con una expresión tan severa que me heló la sangre.
En ese instante todo desapareció y me sentí desnudo, desprotegido. Terriblemente expuesto. No sabía qué hacer, ni que esperar, deseaba escuchar una voz que me dictara la forma en la que debía de actuar. Mas esta no estaba presente, se había marchado pues yo la había despreciado ignorando sus advertencias.
-Esto no puede continuar- Dijo bruscamente. Trate de preguntar a qué se refería, pero ella alzo su mano impidiéndome hablar- Pensé que tu podrías ser diferente, pero eres igual que el resto.- Aquello me confundió, ¿Qué había hecho?- ¿Es que no puedo tener un solo amigo?- Declaró frustrada.
-Jully, yo…- Hable con la voz entrecortada.
-¡No hables!- Me espetó- Si te he citado aquí es solo para pedirte que salgas de mi vida. Ya tengo muchos pretendientes tras de mí, no necesito otro.
-Pero Jully, yo…
-¡Por favor!- Me interrumpió de nuevo- Si de verdad sientes algo por mi harás lo que te pido. – Hizo una pausa en la que pude notar su esfuerzo por contener el llanto. Traté de abrazarla, más ella me empujó y retrocedió – Sal de mi vida, ya no quiero volver a verte, hablar contigo o saber algo de ti. ¡Adiós!
Dio media vuelta sobre sus talones y se alejó de mí, de vuelta al andén, dejándome inmóvil y aturdido, con una sensación punzante y dolorosa parecida a desangrarse lentamente mientras aun te cortan.
No recuerdo bien cómo es que llegue a casa, ni que hice las siguientes horas. Todo lo que recuerdo era el sonido de su voz gritándome aquella horrible palabra y su silueta caminando lejos de mí.
Días después de lo sucedido trate de localizarla pese a sus deseos. Más descubrí que no solo me había eliminado de sus contactos en internet, sino que también me había bloqueado. Trate de llamarla pero su número siempre sonaba ocupado.
Decir que su rechazó me devasto es poco. Hasta ese momento nunca había querido a alguien tan fuerte y tan enserio como la quise a ella. Aunque ahora no dudo en confesar que te quiero más a ti de lo que llegue a quererla a ella.
Sé muy bien que todo esto que te he escrito puede parecerte muy rebuscado, pero es algo que siento necesario para que puedas entender el porqué de lo que te pido.
Me duele aceptarlo, pero he de reconocer que en este momento no puedo hacer nada para evitar que te marches de mi lado.
Lo sé, es una forma muy rara de confesarlo, las despedidas son mi trauma y esa palabra tan concluyente y definitiva, “Adiós”, es a lo que le tengo fobia.
No me digas “Adiós” es todo lo que te pido. En el día en el que te marches, en el que me darás la espalda y te dirijas caminando a abordar el avión que te separara de mi lado, no me digas “Adiós”, pues te prometo que haré todo lo que me sea posible para volver a encontrarte.
Ya sea en esta vida o en la otra.Como siempre, cualquier comentario, sugerencia, critica, es bienvenida.
Re: No me digas adios
¡Eso estuvo genial! Es de tus trabajos más serios y maduros, Yuske. Se puede sentir la devastación emocional y la nostalgia en todo el texto. Muy bien desarrollado.
Además, ahora sabemos que no sólo tenes una faceta de héroe, sino que también de amante.
Es el instinto de conservación el que nos advierte que algo no está bien, y la razón la que nos persuade para no dejarnos engañar. Aunque a veces la razón se equivoca.
Un saludo!
Además, ahora sabemos que no sólo tenes una faceta de héroe, sino que también de amante.
Es el instinto de conservación el que nos advierte que algo no está bien, y la razón la que nos persuade para no dejarnos engañar. Aunque a veces la razón se equivoca.
Un saludo!
Eagle calm- Escudero de palabras
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